Así que eso es lo que el alboroto se trata. Cuando Lionel Messi salió del terreno de juego en París había miedo, cuando entró de nuevo en Barcelona había esperanza. Había pasado ocho días luchando para conseguir minutos de ajuste y el 50 masticar las uñas en el banquillo, un enorme rugido que lo acompañaba cuando salía a calentar. Ahora tenía media hora para salvar a su lado. Tomó nueve minutos. Wembley está a la vista una vez más: para este club, sin estadio tiene un peso simbólico tal. Ningún jugador tampoco.
Es fácil olvidar que el gol decisivo del Barcelona ante el Paris Saint-Germain fue anotado por Pedro, demasiado simplista pasar por alto otro aporte decisivo del canario. Pero la introducción de Messi cambió el ambiente en el Camp Nou el miércoles, sus compañeros de equipo habló de un impacto que fue psicológico tanto como físico, para ellos y la oposición.
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